martes, 3 de julio de 2012

Rompiendo el ciclo: legitimidad en el sistema político chileno


Rodrigo Galleguillos M. (*)

En una entrevista radial emitida semanas atrás, el ex Ministro Francisco Javier Cuadra se refirió a las movilizaciones sociales y a la crisis que enfrentaría el sistema político, señalando la probabilidad que en el futuro cercano nos enfrentemos al rebrote de un fenómeno que constituiría el verdadero ADN de Chile:  un continuo ciclo de “largos períodos democráticos de deterioro, de 40 años” que dan paso a fenómenos autoritarios cortos, muy reformistas, que “resetean, por así decir, el país” y que permiten el retorno de un sistema democrático, con partidos políticos que manejan “irresponsablemente” el país y que dan paso – nuevamente – a los citados períodos de autoritarismo.

Independientemente de la opinión que se tenga sobre los dichos del señor Cuadra, éste acierta en un punto: efectivamente, el país ha vivido continuas crisis en su sistema político, episodios tras los cuales ha venido un período autoritario donde se establece el marco normativo o las “reglas del juego”, las que posteriormente son implementadas por la clase política, hasta que ésta vuelve a caer en crisis.

Lo que no señaló el señor Cuadra son las causas de este fenómeno, cuestión que pretendemos abordar en esta ocasión. El desconocimiento de dichas causas nos condenaría persecula seculorum a repetir los ciclos del pasado, lo que es particularmente preocupante en el contexto actual: no han faltado las voces que al ver a 100.000 personas en las calles protestando por la educación, la nacionalización de los recursos naturales y la protección del medio ambiente, han comparado lo sucedido con episodios previos al golpe de estado de 1973… con las consecuencias por todos conocidas.

Según Gabriel Salazar y Julio Pinto, en su “Historia Contemporánea de Chile, Tomo I”[1], el fenómeno antes descrito se da por la imposición forzada de un sistema político y económico por parte de un grupo o sector de la sociedad a otro(s), con absoluta prescindencia de un proceso de diálogo en que todos los sectores de la sociedad chilena legitimen las reglas del juego que nos rigen. Profundizando lo anterior, Salazar y Pinto señalan que en nuestra historia las reglas del juego que han tenido mayor perdurabilidad han sido impuestas por la fuerza (“Clase Política Militar”), quedando luego éstas administradas por una elite política funcional (“Clase Política Civil”) y que se beneficia de las normas establecidas. De más está decir que opiniones o propuestas discordantes son neutralizadas por la fuerza, luego omitidas en la definición del sistema político y en tercer lugar, cuando ya existe un período (aparentemente) democrático, son catalogadas como subversivas o contrarias al “orden social”, siendo nuevamente reprimidas por la policía o fuerzas armadas. Por supuesto, aquellos ciudadanos y sectores excluidos se sienten perjudicados y expresan su malestar a través de diversas vías, tales como peticiones a la autoridad, manifestaciones en las calles o derechamente por una vía violenta.

En tal sentido, la razón tras los continuos ciclos de democracia/autoritarismo estaría dada por la ausencia de legitimidad en nuestro sistema político, expresada en la ausencia de real participación de la sociedad en la definición de las reglas del juego que la rigen: jamás en Chile ha existido una Asamblea Constituyente, quedando la redacción de nuestras constituciones a cargo de comisiones funcionales al poder autoritario vigente y, aun cuando ha existido un parlamento, éste se encuentra fuertemente circunscrito a las ataduras impuestas por las normas del juego pre establecidas en episodios históricos autoritarios.

La ausencia de legitimidad de nuestro sistema político explicaría las movilizaciones sociales  que cada cierta cantidad de años se dan en nuestro país. Éstas pueden representar expresiones de soberanía popular que no han sido debidamente atendidas por nuestro ordenamiento jurídico y que emergen y piden – justificadamente - ser legitimadas dentro del sistema político-normativo.

Entender de esta manera nuestra historia nos permite, en primer lugar, comprender las razones tras el “ADN de Chile” descrito por el señor Cuadra y, en segundo lugar, adoptar las medidas como sociedad para romper el ciclo que cada cierta cantidad de años nos ha llevado a regímenes autoritarios. El sistema político actual debe ser capaz de escuchar y recoger los requerimientos que hoy realizan los ciudadanos, por cuanto dicha inclusión inyecta legitimidad al sistema político chileno.

Las conversaciones que han sostenido la mayoría de los partidos políticos en orden a modificar el sistema binominal son una buena señal respecto a que los políticos chilenos parecen estar comenzando a escuchar al sentir ciudadano. Nuestros políticos y nuestro sistema normativo no pueden seguir dando la espalda a los requerimientos que realizan los chilenos, pues dicha actitud representa, precisamente, la actitud que nos ha llevado históricamente a los ciclos descritos por el señor Cuadra. El desarrollo de nuestro país depende, en consecuencia, del grado de madurez que alcance nuestra clase política, presente y futura, para abordar las expresiones de los distintos sectores de la sociedad y así  legitimar el régimen político - normativo que nos rige.

(*) Abogado, U. de Chile.


[1] Pinto, Julio y Salazar, Gabriel. Historia Contemporánea de Chile I: Estado, legitimidad, ciudadanía. LOM Ediciones. Santiago, Chile. 1999.

viernes, 22 de junio de 2012

Fútbol y tecnología en la determinación del gol

Pablo Romero Munizaga (*)

En la jornada de este martes 19 de junio, en el estadio Donbass Arena de la ciudad de Donetsk, se enfrentaron las selecciones de Ucrania e Inglaterra con el objetivo de conseguir la clasificación a los cuartos de final de la Eurocopa 2012, que se disputa en Ucrania y Polonia.

Después del gol de Wayne Rooney, que adelantaba a los ingleses en el marcador y dejaba a los ucranianos eliminados del certamen del que son coanfitriones, John Terry —central británico— sacó desde la línea de su arco un remate de Marko Dević —delantero de la selección local—. La repetición de la jugada demostró que la pelota alcanzó a cruzar completamente la línea de gol. Ni el árbitro principal, ni su asistente en la mitad de la cancha donde sucedió el hecho, ni —peor aún— el árbitro que se encontraba detrás del arco a efectos de evitar este tipo de situaciones, cobraron el gol que abría significado el empate transitorio.

Este ha sido el más reciente caso de los que popularmente se denominan “goles fantasmas”. Y no se trata de una realidad reciente, basta remontarse varios años atrás hasta el Mundial de Inglaterra en 1966, cuando nunca se pudo determinar si el remate de Geoffrey Hurst fue o no gol en la final de dicho campeonato —en este caso, la salvedad viene dada en que el árbitro de ese encuentro, Gottfried Dienst, resolvió convalidando la anotación—. Otro caso también se presentó entre las mismas selecciones en el último Campeonato Mundial disputado en Sudáfrica, en el año 2010. En esa ocasión, el mediocampista inglés Frank Lampard remató de media distancia, la pelota golpeó en el travesaño, rebotó un par de centímetros dentro del arco y salió fuera de éste. Gol. Ni el árbitro principal ni su asistente se percataron de ello.

Hace un par de años empezó la discusión en orden a dilucidar la procedencia de la utilización de medios tecnológicos con la finalidad de determinar si una pelota cruzó o no la línea de gol. Al respecto, la International Football Association Board (“IFAB”), se ha negado constantemente invocando una serie de razones tales como la universalidad del juego —el fútbol debe disputarse de la misma manera tanto en un encuentro de barrio como en una competición profesional—, el factor económico de la tecnología —la implementación de los recursos necesarios puede ser muy costosa y fuera del alcance de la gran mayoría que practica este deporte— y el dinamismo del juego —el partido no puede ser detenido a efectos de analizar si un balón entró o no—, entre otros argumentos.

Las razones son fácilmente debatibles, desde la imposibilidad absoluta se pretender asimilar el fútbol de barrio con el ultra competitivo —el primero carece de jueces de línea, banderines en las esquinas de la cancha, etc.— hasta los intereses involucrados en uno y otro encuentro —aspectos profesionales y expectativas a nivel nacional, entre otros—. Incluso, el actual Presidente de la Federación Internacional de Fútbol Asociado (“FIFA”) —Joseph Blatter— se ha expresado abiertamente respecto a la necesidad de incorporar la tecnología en el Fútbol.

¿Dónde radica el problema, entonces?, en la IFAB. A diferencia de lo que se cree, no es la FIFA quien decide los cambios que se deben concretar en el reglamento de las reglas del juego. Toda propuesta de modificación debe ser aprobada por la IFAB, la cual se compone por las cuatro asociaciones de Gran Bretaña —Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte— más la FIFA. Cada acuerdo debe contar con el voto conforme de la FIFA más el de dos asociaciones de Gran Bretaña. Luego, por más que Joseph Blatter y todos aquellos que pretenden hacer parte la tecnología en el juego pregonen públicamente sus intenciones, mientras las asociaciones británicas no se convenzan de ello o cambien los Presidentes de ellas, esta necesidad actual seguirá siendo lo que desde hace varios años es: una discusión.

La situación actual, si bien permite un normal desarrollo del juego, afecta parte esencial de este deporte, es decir, otorga incertidumbre respecto a ciertas jugadas que son expresión del objetivo central de la contienda —el gol—. Si existen elementos de dilucidación prácticamente instantáneos y que permiten cambiar incertidumbre por certeza, lo que implica instaurar parámetros de justicia en competiciones profesionales —excluyendo la recreación—, se puede concluir que la implementación de recursos tecnológicos es necesaria y que será cuestión de tiempo su concreción en la práctica, circunstancia que dependerá de nuevos representantes en las asociaciones del Reino Unido, donde 3 de ellas son escasamente profesionales.

(*) Abogado, U. de Chile.