Por Rodrigo Campero T.
Abogado U. de Chile.
La destitución de Harald Beyer el 17 de abril de 2013, producto de la
aprobación de la Acusación Constitucional por parte del Senado en la misma
fecha, entrega numerosos aspectos sobre los cuales analizar y reflexionar.
Ello, debido a que la destitución del ministro simboliza más que ese
hecho político en sí mismo. La destitución puede ser considerada como representativa de muchos aspectos
relevantes que han dominado el debate público durante los últimos dos años y
fracción.
Analizar todas las implicancias de este hecho, de manera ordenada y
concatenada, sería muy pretencioso e imposible de realizar en tan solo una
columna. No obstante ello, existen varias conclusiones que -creo- pueden
extraerse apresuradamente, en unas pocas líneas.
No basta con “ser el mejor”
para gobernar. Será casualidad o no, pero desde que la derecha se instaló
en el poder, el clima político se ha polarizado de manera progresiva. Es
cierto, durante los gobiernos de la Concertación siempre existió un nivel de
polarización (sobre todo en los comienzos de éstos y mientras Pinochet fue un
actor relevante), pero durante los gobiernos de Lagos y Bachelet esa
polarización se había atenuado. Parecía que había consenso en los temas
centrales y las protestas se reducían a temas sectoriales (a veces los jubilados, a veces los portuarios, a veces los escolares y los universitarios).
En cambio, a partir del 2010 y sobre todo del 2011, se ha instalado un
clima bipolar y a ratos muy poco tolerante (es cosa de ver las redes sociales), probablemente debido a que han
comenzado a surgir una oposición no al gobierno de turno, sino que al “modelo”
en su conjunto.
Esa oposición, hay que admitirlo, tiene su origen en parte al discurso
triunfalista de la derecha, que ninguneó a sus adversarios desde el primer día
y quiso darle entender a todo el mundo que puesto que “los incompetentes” se
fueron, ahora venía lo bueno. Craso error, porque como todos sabemos desde nuestra infancia, a nadie le gustan los “sabelotodos”.
La derecha creyó que tan solo apelando al discurso de la “gestión” iba
a conducir exitosamente su gobierno, y vaya que se equivocó. A partir de ahora
quedará claro para siempre, no basta con haber tenido éxito en el retail, la banca o en
el sector financiero (coincidentemente los sectores que concentran más reclamos), porque al final del día gobernar un país no es tan solo
manejar con solvencia una “Carta Gantt”, sino que lidiar con numerosas expectativas,
presiones e intereses.
El vilipendiado lucro. A
partir de las movilizaciones estudiantiles, la palabra “lucro” pasó a ser un
concepto prohibido. Nadie quiere asociarse a él. El lucro pasó a ser sinónimo
de abusos, usura, letra chica y aprovechamiento. Sobre todo en materia de
educación, donde mucha gente puede sentirse legítimamente abusada por parte de
universidades de mentira (todos saben cuales son), de pésimo prestigio, caros aranceles y pesados
intereses.
Sin embargo, como suele ocurrir, el slogan termina por sobrepasar a la
evidencia real y mucha gente -de buena o mala fe- termina creyendo que
“eliminando” una persona, como el ministro Beyer, implicará acabar con el
problema por arte de magia. Ello no solo es injusto -porque instrumentalizar a
una persona siempre será un acto inmoral-, sino que falso. Falso, porque es
obvio que el lucro en la educación no quedará desterrado sólo por la salida del
ministro (¿acaso hoy 18 de abril de 2013 se acabó el lucro en la educación?), y
porque no se puede borrar por decreto una de las pulsiones o inclinaciones más
fuertes de las personas, que es el ánimo
de obtener utilidad. Creer que ellos son
malos porque lucran, y nosotros somos
buenos porque no lo hacemos, es tanto mentira como hipocresía. A todos nos gusta ganar. El tema es a que costo.
La conciencia por delante. ¿Cuántos
parlamentarios habrán estado en contra de la acusación en su fuero interno,
pero la votaron favorablemente? No es difícil pensar que pueden haber sido
varios, sobre todo si consideramos que acá estábamos en frente un caso difícil. Así, la decisión del
senador P. Walker, de votar en contra de la destitución y contradiciendo la
opinión de todo su conglomerado político y exponiéndose a la severa censura de
“la calle”, resulta tremendamente valiente. Porque para ir en contra de la
mayoría, hay que ser muy honesto consigo mismo, y vaya que eso cuesta en una
época donde lo cool es seguir a la
mayoría y no perder seguidores en Twitter. Lo mismo ocurre por la decisión de
Beyer de no renunciar. Si bien esa decisión puede interpretarse como una
operación de victimización (puede haber algo de ello), el hecho de no
renunciar, perdiendo con ello la opción de obtener una ganancia (evitar la
condena), constituye un tremendo acto de consecuencia con las propias
convicciones, prefiriendo en su lugar “beber la cicuta” en nombre de lo que
consideraba justo. El gesto de ambos, el de rebelarse ante lo que ellos
consideraban una injusticia, es una completa rareza en nuestros tiempos y, a mi
juicio, tremendamente admirable.
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